jueves, 19 de enero de 2012

Reseña Historica de El Ávila

Desde que fuera fundada en 1567 por Diego de Losada, la ciudad de Caracas gozó de una merecida fama por las condiciones ambientales excepcionales que reinaban en su alargado valle. Asentada en una alta meseta montañosa cercana al litoral, dotada de magníficos recursos naturales y de un clima subtropical sin grandes variaciones en la temperatura y en la pluviosidad anual, la capital de Venezuela fue hasta las cuatro primeras décadas del presente siglo, el centro urbanizado por excelencia del país y el principal polo de atracción de la población rural. 

En la conformación de esas características y valores del entorno natural de la capital, tuvo siempre importancia y una singular influencia, la imponente serranía que la separa del mar: el macizo del Ávila.

Este prominente rasgo físico geográfico, que define por el Norte el límite del valle, está indefectiblemente unido a la historia y a la ecología de la ciudad y es parte vital de la misma. Por eso se han hecho grande esfuerzos para preservarlo, ya que forma prácticamente una unidad con la ciudad de Caracas. 

En 1952, con ocasión de reunirse en Caracas la Asamblea de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y de los Recursos Naturales (UICN), se propuso que el Cerro El Ávila fuese declarado Parque Nacional. 

En 1954, el Reverendo Hermano Ginés, director de la Sociedad de Ciencias Naturales La Salle, ponía una vez más de relieve el valor de la montaña cuando afirmaba que: “Caracas puede sentirse orgullosa y agradecida de haber sido favorecida por la Naturaleza con montañas como la del Ávila, a cuyos pies se cobija y de cuyo paisaje puede disfrutarse permanentemente. Esa montaña y otras circundantes constituyen no sólo el elemento paisajístico cantado por los poetas y el origen de muchas aguas, sino que viene a ser providencial para proporcionar aquel factor que le falta al hombre en la ciudad: el contacto con la Naturaleza”. 

Estos significativos antecedentes, junto con el violento crecimiento que experimentó Caracas en la década de los años 50, constituyeron la principal motivación para que el Gobierno Nacional tomara la sabia y previsora decisión de decretar la creación del Parque Nacional. 

La disposición oficial fue muy acertada y oportuna, ya que permitió hacer frente a las fuerzas incontroladas de expansión física y demográfica de la ciudad, que amenazaban con desbordarse sobre la montaña mayor. También subrayaba el interés de revalorizar la única zona de expansión al aire libre en las proximidades de la ciudad. 

Esta área protegida juega un papel trascendental como zona de dispersión poblacional y como pulmón vegetal, además de los grandes beneficios que puede rendir a la investigación científica, a la educación ambiental y al esparcimiento de la población. 

El Parque Nacional fue establecido con el nombre de El Ávila por el Decreto Nº 473 de fecha 12 de diciembre de 1958, el cual afectó un área de 66.192 hectáreas. El 26 de mayo de 1974 se emitió el decreto Nº 114 que incorporó tierras adicionales al parque y aumentó su superficie a un total de 81.900 ha, y el 22 de abril de 2010, por el decreto presidencial Nº 7.388, publicado en la Gaceta Oficial Nº 39.419, de fecha 07 de mayo de 2010, cambió su nombre a Parque Nacional Waraira Repano, respondiendo al deber del Estado de promover el vínculo cultural de los primeros pobladores indígenas y honrar la herencia histórica que se transfiere de generación en generación, y al nombre otorgado por sus primeros habitantes aborígenes, Waraira Repano, como se señala en los considerandos de dicho decreto. 

El parque tiene condiciones y situaciones muy especiales, ya que en casi todo su perímetro limita con áreas urbanas, lo que crea serios problemas de conservación del medio. A pesar de ello ha sido posible mantenerlo fuera de la vorágine urbanística, destacándose que el establecimiento del límite urbano de Caracas por la Oficina Metropolitana de Planeamiento Urbano se realizó acatando los linderos fijados en el Decreto de creación del parque. En su interior se asientan algunos pequeños caseríos cuyos habitantes viven de una agricultura de tipo tradicional (conucos) y algunos asentamientos de cultivadores de flores, hortalizas y frutos menores. Sin embargo, tales actividades están limitadas.
Foto: Erick Marquez 

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